En esta parte del relato veremos como se desarrolló la sesión de ouija y empezaremos a ver las consecuencias que para esas pobres chicas tendrá ese maldito juego. No os perdáis detalle…
Las pobres muchachas rogaron a Miguel que desistiera y que cerrara la sesión, pero él no estaba muy por la labor de hacerles caso.
-No podemos abandonar ahora, les dijo, creo que Belcebú tiene alguna cosa que contarnos.
-S…I … se volvió a deslizar el vaso provocando un verdadero terror en las tres chicas.
Miguel tomó de nuevo el mando de la sesión, les volvió a pedir calma a las chicas y le dijo al supuesto ente:
-Dime, ¿cual es tu función en los infiernos?
-Soy coprincipe de las tinieblas del reino del maligno.
Las chicas estaban absolutamente sin aliento, y Marta rompió a llorar en un ataque de nervios.
-¡Cállate! Le mando callar Miguel. Sus ojos tenían ahora un extraño brillo y su cara no era ya tan bella ni tan dulce como el momento en el que lo conocieron. Carmen abrazó a Marta y continuaron la sesión por orden de Miguel.
El ente maligno continuó hablando a través de la terrible guija.
-Has hecho muy bien tu papel, Miguel y serás recompensado por ello.
-Gracias señor, muchas gracias, las tres jóvenes son realmente guapas y son para ti.
Ana Mari lanzó un grito y apartó el dedo de la ficha que se deslizaba aun por la tabla.
-¿Qué está diciendo esa cosa, Miguel? ¿Qué está pasando aquí? Le increpó chillando.
-Eres muy intuitiva. Le dijo Miguel con un tono sarcástico. ¡Ya has pillado de que va el tema?
Se giró violentamente a las otras dos chicas que no paraban de sollozar.
-¿Queréis callaros? Les dijo en tono inquisitivo. ¡Pesadas! ¡Dejad de gemir como tontas y agradeced que el mismísimo Belcebú, señor de las Moscas, coprincipe del infierno, os ha elegido como esclavas de alcoba.
Ana Mari, sin que miguel se diera cuenta, había cogido una copa de metal que Miguel había estado usando creemos para el ritual de invocación que había hecho antes de aparecer las chicas. Sin pensárselo dos veces, le golpeó con fuerza en la cabeza abriéndole una gran brecha y dejándolo sin sentido.
-¡Vamos! ¡Corred! Les dijo a sus amigas. Y las tres desaparecieron por el camino como alma que lleva el diablo y nunca mejor dicho.
Llegaron al pueblo extenuadas, muertas de miedo y temblando, Su aspecto era terrorífico y decidieron ir a casa de Ana Mari a lavarse un poco, no querían que nadie en el pueblo las viera en ese estado. Se intentaron relajar e hicieron un pacto.
-Juramos que pase lo que pase no hablaremos nunca de lo ocurrido con nadie y que entre nosotras no mencionaremos tampoco el tema a no ser totalmente imprescindible.
Pensaban las chicas que estableciendo la ley del silencio, conseguirían olvidar antes el terror pasado esa noche.
Cada una se fue a su casa e intentaron dormir.
Al día siguiente Ana Mari fue a buscar a sus amigas para ir a hacer la compra. Se reunieron como cada día, pero sus rostros no eran los de siempre. El miedo aun se reflejaba en su cara, pero habían dicho que no hablarían de ello, así que intentaron eludir el tema por completo. Conforme iban calle abajo una voz les llamo la atención.
-¡Buenos días señoritas! Era Miguel. Sonreía perversamente y tenía media cabeza vendada.
Las tres bajaron la cabeza como sin querer mirarlo. -Hola, dijo Ana Mari, siempre la más valiente.
Él la miro con tanta insistencia que casi la obligo a levantar la cabeza.
-¿Has visto lo que me ha pasado? Casi pierdo la cabeza por ayudar a un buen amigo. Le dijo en tono burlesco.
Las tres aceleraron el paso y oyeron como Miguel reía y reía, su risa era extraña, forzada y cruel y se perdió en el camino.
Ese pacto que habían hecho las obligaba a disimularlo, pero las tres tenían muchísimo miedo.
Paso el día sin demasiadas alegrías, no se pudieron quitar lo acontecido de la cabeza y cuando empezó a oscurecer, decidieron ponerse a salvo cada una en su casa.
Ana Mari se fue a acostar muy temprano, no se encontraba bien y quería descansar. Como cada noche rezó y se acordó de su madre. Le vino un gran dolor dentro del pecho. La echaba mucho de menos a pesar de los años y ese dolor no menguaba.
Estaba ya medio dormida cuando empezó a escuchar un ruido muy extraño. No había mosquitos normalmente en su casa sin embargo se oían los aleteos y los zumbidos de sus alas. Encendió la luz y vio con terror que una enorme mosca de color negro y verde había entrado en su habitación. Se quiso tranquilizar y pensó, tal vez la atrajo la luz o el resto de leche que había quedado en el vaso. La mosca volaba desquiciada, y se golpeaba una y otra vez contra el cristal de la ventana.
Ana Mari sintió unas fuertes náuseas y pensaba que se mareaba. Abrió la ventana y ese enorme bicho salió a escape. Ella se sentó en el borde de la cama y volvió a pensar en su madre.
-No permitas que nadie me haga daño, dijo en voz alta dirigiéndose a su madre.
Si no hubiera sido por el maldito pacto de silencio que habían hecho, Carmen y Marta hubieran sabido que a Ana Mari le había ocurrido lo mismo que a cada una de ellas, y tal vez, solo tal vez, habrían podido hacer algo para evitar el terrible desenlace.