A pesar de los presentimientos de Ana Mari y de su terrorífico sueño de la noche anterior, nadie se atreve a confesar el miedo y siguen con la alocada idea de acudir a la sesión de ouija. La iglesia abandonada, de noche, semejaba el mismísimo hogar del mal y en ese ambiente horrendo, inician las tres adolescentes y el muchacho su terrible aventura.
Domingo por la mañana. Ana Mari se despertó, con la cabeza aturdida y una extraña sensación de inquietud. Sabía que las cosas no iban a salir bien, pero no se atrevía a decir nada a sus amigas por miedo a quedar como una cobarde.
Por fin llegó la hora fatídica. Ana Mari recogió a sus amigas y juntas emprendieron el caminito que las llevaba a la iglesia. Ninguna de ellas se atrevía a comentar nada de lo que iba a hacer, se notaba un ambiente tenso, pero a la vez, sentían una curiosidad casi enfermiza. Llegaron y buscaron a Miguel por los alrededores. No había nadie. Acordaron entrar en la iglesia a pesar de lo terrorífico de su aspecto. La puerta estaba medio rota, solo con empujarla un poco pudieron entrar. El olor a humedad casi no dejaba ni respirar. Estaba completamente oscuro, no se veía absolutamente nada y las tres chicas estaban paralizadas por el miedo. De repente, una voz rompió el silencio, unos extraños cánticos sonaban al fondo de la derruida iglesia, unos cantos que parecían llegar de la mismísima boca del infierno. Las tres muchachas chillaron aterrorizadas y se amontonaron en la puerta, temblando. La voz volvió a sonar, esta vez sin cantar. ¡Carmen! ¡Ana! ¡Marta! Era Miguel, que llamaba a las muchachas desde el fondo de la nave. Se sintieron aliviadas y a salvo. Anduvieron a tientas hacia donde estaba miguel guiadas por la tenue luz de una vela que el chico tenía encendida. Fuera, en el camino, la noche se había tragado la luz y la luna estaba negra.
Miguel tomó la palabra una vez estuvieron sentados los cuatro en el suelo.- Bueno chicas, dijo, estamos aquí para hacer espiritismo ¿es la primera vez que lo hacéis? Los ojos como platos de las tres muchachas dio la respuesta. – Ya veo que sí. Les acerco una tabla de madera, y se la mostró ¿habéis oído hablar alguna vez de la oui-ja? Las tres chicas asintieron con la cabeza, pero el miedo no les dejaba ni hablar. Miguel siguió. – tenemos que poner el dedo en esta ficha, dijo, mostrando la pieza que se usa para señalar las letras. Dejo el artilugio en el centro de la tabla y les explicó que se tenían que concentrar para que el espíritu pudiera entrar en sintonía. Les contó que bajo ningún pretexto abandonaran la reunión sin haber cortado el flujo con el ente. Y finalmente dio por empezada la sesión. Puso su dedo índice de la mano derecha en la ficha y las chicas hicieron lo mismo. Cerraron los ojos. Miguel empezó a susurrar bajito de nuevo los mismos cánticos que habían asustado a las chicas hacía un rato: Dominus Pater….Dominus meu…… Era lo único que Ana Mari logró entender de esas letras en latín, concentrada como estaba en comprender que decía Miguel, de repente, la tablilla se movió. El corazón se salía del pecho de las tres muchachas y Miguel tuvo que intervenir para calmarlas, No tengáis miedo, les dijo ¡ya tenemos visita!
El chico tomó la voz cantante en la sesión y se comunicó con ese ser que se había manifestado:
-Hola ¿hay alguien? (Esta es la primera pregunta casi obligada en toda sesión de oui-ja que se precie)
La ficha se movió… S… I
-Dime como te llamas, le increpó Miguel.
-Me llamo Belcebú, señor de las moscas.
Las tres chicas chillaron a la vez. La verdad es que no sabían muy bien porqué, ya que ninguna de ellas conocía el nombre de este diablo, pero el nombre las sobrecogió. Miguel las quiso tranquilizar y les dijo que Belcebú era el nombre de un diablo, que se le atribuía siempre la compañía de tan desagradables insectos y de ahí su nombre. Ana Mari recordó entonces el rostro que vio reflejado en el espejo, el rostro de su pesadilla, era un rostro de un ser medio humano y medio animal, y realmente…¡iba rodeado de moscas!